Desde tiempos inmemoriales, la lucha entre el bien y el mal ha sido un tema recurrente en la literatura, la mitología y la cultura popular. Esta dualidad fundamental ha capturado la imaginación de la humanidad a lo largo de la historia, planteando preguntas profundas sobre la moralidad, el heroísmo y el destino.
En esta exploración, examinaremos cómo la noción de que “el bien triunfa sobre el mal” ha sido una narrativa poderosa que ha perdurado a través de los siglos, brindando esperanza y consuelo a las sociedades y individuos que buscan la victoria de la virtud sobre la adversidad.
¿Qué es más poderoso: ¿el bien o el mal?
Durante más de 2000 años, en nuestra civilización occidental, ha prevalecido la teoría “veneer” (teoría de la chapa), término acuñado por el primatólogo holandés Frans de Waal en su libro “Our Inner Ape.” La teoría “veneer” sostiene que la moralidad humana es “un revestimiento cultural, una fina capa que oculta una naturaleza por lo demás egoísta y brutal.”
Durante mucho tiempo, hemos asumido que el ser humano es egoísta por naturaleza y que la civilización lo contiene y lo aleja de sus instintos más oscuros. Sin embargo, Bregman cree que esta perspectiva es completamente errónea y propone un enfoque más cercano al de Yuval Noah Harari.
Según este historiador, en los últimos 50 años ha habido una revolución silenciosa en la ciencia. Investigadores de diversas disciplinas, como la antropología, la arqueología y la biología, se han alejado de esta visión cínica de la naturaleza humana, acercándose a una visión mucho más esperanzadora. A pesar de las atrocidades que los seres humanos son capaces de cometer, si se estudian en profundidad las reacciones de las personas en situaciones límite, la mayoría muestra solidaridad y cooperación.
¿Recuerdan la famosa novela “El Señor de las Moscas”? Bueno, eso es una construcción. Lo que sucedió en esa isla de Tonga es muy diferente de lo que nos narró William Golding.
Bregman nos alerta sobre el gran peligro de esta visión maliciosa de la naturaleza humana que hemos mantenido como una verdad incuestionable. Si aceptamos, entendemos y asumimos que los demás son mezquinos, ruines y egoístas, construiremos relaciones, instituciones y leyes basadas en esa premisa. Las expectativas pueden tener un gran impacto. Somos lo que creemos y lo que asumimos es lo que obtenemos, de ahí nace la profecía autocumplida.
Además, hay algo muy tentador en creer que somos inherentemente malvados y egoístas: el poder sabe que si no podemos confiar en los demás, necesitamos a quienes se hagan responsables, es decir, necesitamos a ellos.
¿Para ti, qué representa el bien y el mal?
La bondad se caracteriza por la integridad, la honestidad, el respeto, la sinceridad y la veracidad, mientras que la maldad se define por la corrupción, la deshonestidad, la falta de respeto, la hipocresía y la mentira. Es innegable que tanto el bien como el mal son valores fundamentales en la experiencia humana.
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¿Cómo se relacionan entre sí el bien y el mal?
En el pensamiento de Platón, el mal no se concibe como algo ajeno al ser humano, como una especie de fuerza o energía que se instala inexplicablemente en él, como lo vemos en la tragedia griega. Más bien, el mal es una realidad intrínseca que puede ser comprendida y evitada, ya que está vinculada a las acciones individuales y a la capacidad de decidir hacer o no hacer.
En última instancia, el mal está relacionado con la libertad, pero esta libertad depende del conocimiento. En otras palabras, a medida que el individuo adquiere conocimiento, tiende a elegir el bien. Es importante destacar que el mal no está personificado de manera unívoca, ya que implica ciertos elementos que rompen con el Orden y el Bien, siendo una dimensión posible dentro de las verdades.
Sin embargo, desde una perspectiva crítica, Platón parece pasar por alto la consistencia del proyecto trágico, donde tanto el bien como el mal coexisten, no de manera ontológica, sino como parte de la experiencia cotidiana. Al excluir la tragedia, Platón lleva a cabo un desplazamiento de la superstición hacia la razón, situándose únicamente en el plano de la razón y creando así una nueva concepción del ser humano en el mundo, “fuera del mal”.
El propósito de Platón es homogeneizar al ser humano a partir de la premisa de que debe aspirar a comprender el Ser-Bien-Orden-Verdad, ya que el objeto del conocimiento es buscar la razón más allá de las sombras de lo sensible, investigar la unidad más allá de la multiplicidad de las apariencias circundantes y revelar el ser más allá de las ilusiones del devenir. A partir de esto, se derivan otras ideas, como que la idea del Bien es la finalidad primordial hacia la cual tiende la actividad del alma humana.
En este contexto, no hay criatura que busque deliberadamente su propio mal, pero muchas veces carecen del conocimiento necesario para discernir su bien. Se guían únicamente por opiniones y pueden equivocarse al etiquetar como bien lo que en realidad es mal. Esto anula la posibilidad de establecer una relación definitoria entre el bien y el mal a nivel de la experiencia individual. Es decir, no hay una definición clara de bien y mal, sino una imposición discursiva del Bien y un proyecto de vida “único y verdadero”.
A pesar de que la posición de Platón puede parecer rígida y a veces dogmática, es importante reconocer la influencia que ha tenido su enfoque en torno al Bien-Orden-Verdad, donde el bien puede equipararse con Dios, y cómo esto ha dado lugar a la pregunta fundamental de toda teodicea posterior: “Si existe un Dios, ¿cómo es posible que el mundo funcione como si no hubiera un Dios o como si Él no se preocupara por el mundo?”. Esta pregunta también subyace en el problema del mal.
¿Cuál es la razón detrás de la necesidad de hacer el bien y evitar el mal?
El deber desempeña un papel fundamental al marcar una diferencia radical entre el bien y el mal, proporcionándonos la orientación necesaria para distinguir entre ambos. En este sentido, el bien es lo que debemos llevar a cabo, mientras que el mal es aquello que debemos evitar.
Sin embargo, es importante destacar que el contenido de este deber moral no se encuentra sujeto a nuestros caprichos o deseos personales, sino que se basa en lo que realmente nos enriquece como individuos, es decir, en lo que es moralmente correcto. En otras palabras, el bien moral se erige como un concepto objetivo que trasciende nuestras preferencias y está por encima de nuestros gustos individuales.
Si consideramos que la moralidad tiene como objetivo guiar nuestras acciones libres hacia aquello que nos hace crecer como seres humanos y evitar aquello que nos degrada humanamente, se vuelve evidente que el fundamento del deber moral reside en el valor y la dignidad inherente a cada persona humana.
El bien moral se manifiesta a través de aquellas acciones que contribuyen a que una persona se vuelva más completa y mejor en términos humanos. Esta es la razón que nos motiva, y al mismo tiempo nos obliga, a actuar de manera ética y a evitar el mal. El camino de la acción virtuosa nos conduce hacia una mejora constante en nuestra calidad como seres humanos, permitiéndonos alcanzar una mayor plenitud personal.
Concluir
En un mundo lleno de desafíos y conflictos, la creencia en que “el bien triunfa sobre el mal” sigue siendo un faro de esperanza que guía nuestras acciones y decisiones. A lo largo de la historia y en las historias que contamos, vemos ejemplos de personajes valientes y virtuosos que se alzan contra la oscuridad y prevalecen.
Aunque el camino hacia la victoria puede ser arduo y lleno de obstáculos, la persistente fe en el triunfo del bien sobre el mal continúa inspirándonos a ser agentes de cambio positivo en un mundo que a menudo enfrenta desafíos morales. Esta creencia nos recuerda que, a pesar de las dificultades, la bondad y la rectitud prevalecerán en última instancia, alimentando nuestra esperanza en un futuro mejor.